Córcega

La isla de Córcega es un lugar muy tranquilo, donde abundan las zonas inhabitadas, playas solitarias y valles perdidos. El silencio forma parte de su belleza.

ImageEn la isla de Córcega es un lugar muy tranquilo, donde abundan las zonas inhabitadas, playas solitarias y valles perdidos. El silencio forma parte de su belleza.

Los griegos la llamaron Kallisté, "la más bella" y cartagineses, romanos, genoveses, aragoneses o británicos la conquistaron interesados por sus recursos naturalespero no lograron subyugar a los isleños. Su resistente empeño estuvo a punto de lograr el sueño de la independencia en el siglo XIX pero Francia, finalmente, se impuso.

En cuanto sales de la capital, Ajaccio, y sales en dirección norte verás las laderas cubiertas de vegetación que caen en picado sobre el mar. Se trata de bosques y matorrales conocidos como maquis. El pueblo de Cargèse está colgado en una de esas laderas que se precipitan sobre mar, y su atracción principal son sus dos iglesias, una católica, la otra ortodoxa. Todo el tiempo te lo pasarás mirando el Mediterráneo, lo verás de color turquesa si vas por las playas de Stagnoli o Liamone.

Les Calanches es un laberinto de sinuosas piedras rojizas que ha merecido el título de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. En una pequeña rada cercana está Porto, que evoca tiempos de ese espíritu beligerante en su torreón genovés del siglo XVI. El viaje hacia el interior de la isla es intimidante: Montañas que grandiosa presencia junto a valles y caminos angosotos y fifíciles. Pero te recompensan con una belleza muy difícil de olvidar.

Spelunca o La Scala di A Santa Regina son nombres de dos de las muchas gargantas rocosas que atravesarás. Pueblos ínfimos en las alturas, como Ota o Evisa. A medida que te alejas de la costa, la vegetación se hace casi atlántica: robles, castaños y helechos aúnan su espesura en bosques con nombre propio, como Aitoneo Valdo Nielo. Cerca del monte Vergio, te encontrarás al pueblo de Calacuccia.

ImageEn la costa noroeste, se encuentran las ciudades de Calvi e Île Rousse, con sus ciudadelas amuralladas, sus playas, sus puertos.

La ciudadela de Calvi contiene entre sus rotundos bastiones recuerdos de su pasado genovés y de su resistencia a formar parte de la Córcega independiente, por lo que fue castigada por los británicos. Al pasear por las callejuelas intramuros te encontrarás con otras historias: en una casa se recuerda la estancia de Napoleón; y se insiste en que, en realidad, Colón nació aquí.

El primer territorio de la costa norteña es el desierto de los Agriates, que un día, antes de ser víctimas de los incendios y la deforestación, fueron verdes. Cap Corse, el gran dedo que apunta al norte, la enorme península que parece querer tocar la costa italiana.

En la costa este, Cap Corse termina en Bastia, segunda ciudad corsa. Un recoleto mundo de callejuelas y matices mediterráneos habita dentro de las murallas. Desde una de sus entradas se ve el Port Vieux, con su iglesia de Saint Jean Baptiste y su arco de fachadas de colores que se reflejan en el mar.

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