La urbanidad de los chicos

La primera virtud que ha de tener un hombre es el respeto a los demás. “¿Has visto nada mas repulsivo que un niño descarado, que se atreve a herir o molestar con sus palabras, gestos y actitudes a los demás?”.

Antes, cuando no existía la televisión y eran muy contadas las mujeres que salían a trabajar fuera de su casa, la familia era el principal centro de educación y solidaridad. Era, ciertamente, una familia diferente a la que conocemos hoy en día: extensa, organizada jerárquicamente y con roles muy definidos.

La libertad, los recursos disponibles y el nivel cultural de los padres eran los encargados de organizar los itinerarios formativos de los más pequeños.

En Salta, algunas familias, las más pudientes, contrataban institutrices y maestros a domicilio encargados de impartir clases de idiomas, declamación, danzas y de otras artes. Existía una severa preocupación por el “saber estar”.

Ciertas madres salteñas solían apoyarse en manuales de buenas costumbres o de urbanidad, diseñados especialmente para la educación de los niños y de las niñas.

Para recordar aquel tiempo, iremos presentando, a lo largo de los días, los principales capítulos del libro “Urbanidad” escrito por Doña Isabel María del Carmen Castellví y Gordón, Condesa de Castellá, publicado por la editorial Seix & Barral en 1916. Este manual circuló entre algunas familias de Salta hasta los años 50.

Respeto a los demás

La primera virtud que ha de tener un hombre es el respeto a los demás. “¿Has visto nada mas repulsivo que un niño descarado, que se atreve a herir o molestar con sus palabras, gestos y actitudes a los demás?”.

Todo niño debe guardar “las mas exquisitas de las atenciones” hacia la mujer, ese ser débil, delicado, llamado a la maternidad. “Respeta a todas las mujeres, como te complace que los demás respeten a la que por tu dicha te ha cabido por madre”.

También a los ancianos, “por su misma debilidad y por los muchos sufrimientos que han debido pasar durante su larga vida”. El niño debe soportar con paciencia las manías y demás gestos o actitudes que pudieran molestarle de los mayores.

“Se cuenta de los griegos que, cuando un anciano entraba en el teatro, todos los jóvenes se levantaban en señal de respeto y no volvían a sentarse hasta que el anciano había tomado asiento”.

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