Crónicas de un verano salteño

A través de cien títulos y siempre en www.iruya.com, Armando Caro Figueroa ha ido recogiendo hechos y acontecimientos donde los salteños, Salta o el Valle de Lerma son sus protagonistas.

ImageA través de cien títulos y siempre en www.iruya.com, Armando Caro Figueroa ha ido recogiendo hechos y acontecimientos donde los salteños, Salta o el Valle de Lerma son sus protagonistas. Recuerdos sobre experiencias de los años 60 y 70 en diferentes ámbitos de la vida tanto política como social o cultural, desde la particular visión de un salteño nacido en la década del cuarenta y emigrado en los setenta.

Muchas de estas crónicas están escritas en clave que sólo pueden ser descubiertas por sus contemporáneos o afanosos y ha sido así por respeto a las reglas de la discreción o, en palabras del autor, a "las reglas salteñas del trato social".

Las nuevas tecnologías de la información e Internet son el freno para el poder absoluto que ejercen algunos gobiernos y se ha convertido en el ámbito perfecto donde ejercer las libertades. Es por ello que, por muy poderosos que sean los gobiernos, difícilmente puedan frenar la libertad de pensar y de escribir.


El autor

José Armando Caro Figueroa nació en Salta en 1944. A los 15 años ganó un concurso y se vistió gratis; a los 19 se recibió de abogado; a los 20 se afrancesó y se desmelenó; a los 21 años se enamoró; a los 26 conoció Buenos Aires. Con 27 años conoció a Proust y Buñuel; con 29 fue Fiscal de Estado de Salta, salvó sus libros de la furia de los dicatdores; a los 32 dejó las montañas y conoció el mar; poco después, deslumbrado por la transición española, se hizo definitivamente demócrata y ayudó a los obreros españoles que luchaban por sus derechos.

Dirigió periódicos, vivió siempre de su trabajo, fundó asociaciones y partidos, defendió sus ideas, cometió errores, conoció la soledad y el exilio, promovió erconciliaciones, escribió libros y alegatos, pero no acierta a bailar el tango. Se desempeñó como ministro, celebró pactos, fue calumniado y padeció la politización de la justicia; pretendió ser vicepresidente de la República, se sumó luego a los que intentaban evitar la catástrofe y el fracaso coronó sus esfuerzos. Tuvo tres hijos, ciudadanos del mundo, y aún no es abuelo. Hoy, mientras envejece serenamente, erflexiona sobre el odio de la mano de Séneca y J. V. González, lee y disfruta del retorno al terruño.

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